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Mostrando las entradas de abril, 2012

EM (IX) Miguel Henríquez Guzmán, una ruptura en la Familia Revolucionaria.

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Érase una vez un político mexicano que quería ser presidente. A pesar de que tenía en su contra a todo el sistema decidió que él merecía la silla presidencial, por lo que reunió a su alrededor a un amplio espectro de la sociedad mexicana que estaba descontenta por la forma en que el país era gobernado. Recorrió todo México en una extenuante campaña presidencial y se sentía el ganador, pero el sistema conspiró en su contra para robarle el triunfo. Sus partidarios lo consideraron el presidente legítimo y estuvieron a punto de levantarse en armas para sostener a su candidato, pero al final él decidió plegarse ante el sistema y el sueño de su presidencia desapareció. Es lugar común pensar que la historia se repite aunque cambien los personajes y los escenarios. Yo más bien creo que ésta siempre se parece a sí misma aunque jamás de manera completa. Entre Andrés Manuel López Obrador y Miguel Henríquez Guzmán hay casi seis décadas de distancia y muchas diferencias, pero también

EM (VIII), Ávila Camacho y las presiones dentro del Partido Oficial.

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Uno de los grandes mitos del sistema político mexicano durante el siglo XX dice que el presidente en turno escogía a su sucesor sin tener que rendirle cuentas a nadie. Él sólo decidía por la vida y destino de millones de personas al elegir a la persona que gobernaría a México durante los seis años siguientes. Con el paso del tiempo, esta opinión ha variado. Reconocemos la importancia de los presidentes al momento de escoger a su sucesor y tenemos claro que hubo una "época de oro del tapadismo" (un periodo que va desde la elección de Adolfo López Mateos en 1958, hasta Miguel de la Madrid en 1982), donde casi no hubo otro poder que el del Ejecutivo en este país. Sin embargo, los historiadores y politólogos también nos hemos dado cuenta de que los presidentes no siempre tuvieron la capacidad de imponer a sus sucesores. De hecho, fue más común que tuviera que realizarse una gran campaña de negociación al interior del partido oficial, para que el candidato del presidente tuviera t

EM (VII), Revisión rapidísima de las leyes electorales del siglo XX.

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Los mexicanos estamos acostumbrados a pensar que las elecciones siempre están amañadas y que por ello las leyes electorales sólo sirven para legitimar los fraudes. No le falta razón a esa idea, pero tampoco es totalmente cierta. Nuestra compleja historia electoral ha fluctuado entre los intentos por convertirnos en una auténtica democracia, y aquellas medidas aplicadas por distintos grupos políticos para proteger sus intereses. Parte fundamental de esta historia son las leyes electorales. Concebidas para regular la competencia por el poder, muchas veces utilizadas a convenciencia de quienes gobiernan o quieren hacerlo. Veamos brevemente algunos puntos de las leyes electorales que existieron en nuestro país durante el siglo XX: 1. Ley electoral de 1911. Promulgada en diciembre de ese año, durante el gobierno maderista. Fue la primera en establecer el voto directo, para elegir a diputados y senadores. Estableció también el voto secreto y permitió que los partidos políticos participaran e

La opinión de Díaz Ordaz sobre el 68.

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Aprovechando innoblemente, con fines de propaganda, la proximidad de los Juegos Olímpicos que situaban a nuestro país en el primer plano del escenario mundial, se promovieron los trastornos del segundo semestre del año pasado. A la gestión de los hechos y su concatenación, me referí en el Informe anterior. Sin bandera programática y con gran pobreza ideológica, por medio del desorden, la violencia, el rencor, el uso de símbolos alarmantes y la prédica de un voluntarismo aventurero, se trató de desquiciar a nuestra sociedad. Incitando al rechazo absoluto e irracional de todas las fórmulas de posible arreglo, a la negación sectaria y a la irritación subjetiva, se quiso crear la confusión para escindir al pueblo. Utilizando todos los medios de comunicación y recursos para envenenar corrientes de opinión generalmente sensatas, se intentó empujar a la nación a la anarquía. Son fenómenos viejos la op

EM (VI) Vasconcelos y Ortiz Rubio.

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El 17 de noviembre de 1929 se celebraron elecciones extraordinarias para escoger al nuevo presidente de la república, luego del asesinato de Álvaro Obregón y el periodo provisional de Emilio Portes Gil. De un lado estaba un afamado intelectual, rector de la Universidad Nacional y primer secretario de Educación Pública: José Vasconcelos. Del otro, un oscuro diplomático que vivió fuera de México varios años y era casi desconocido en el país. Pero esa cualidad lo convertía en el candidato idóneo para fortalecer al naciente sistema político mexicano: Pascual Ortiz Rubio. El asesinato de Obregón marcó a la clase política de su tiempo. Agotados luego de años de batallas, asesinatos e intrigas, los sobrevivientes se consumían en su búsqueda de más poder. Junto con Obregón iba a regresar a la presidencia ese grupo que lo apoyó en la crisis política de 1920, cuando el entonces jefe del Ejecutivo, Venustiano Carranza, fue asesinado al querer impedir que el manco alcanzara el poder. E