¿Por qué deberíamos recordar a Lucas Alamán?

Lucas Alamán fue uno de los historiadores más importantes del siglo XIX y sigue siendo una fuente obligada para todo aquel que quiera investigar sobre la revolución de independencia. Fundó el primer banco gubernamental en México y defendió al país ante el expansionismo norteamericano. Impulsó la industria, creyó en la modernización económica y trajo inversiones al país. Fue un gran ministro de Relaciones Exteriores y murió creyendo que México desaparecería si no tenía un gobierno fuerte.

A pesar de todos esos logros, Alamán está casi olvidado por la mayoría de los mexicanos. A excepción de los historiadores y de quienes viven en las pocas calles que llevan su nombre, ya casi nadie lo recuerda. ¿Será que, como siempre, los mexicanos tenemos poca memoria? ¿Olvidamos fácilmente a los hombres importantes de nuestro pasado?

Es cierto que Alamán no tiene buena fama porque militó en el bando de los “malos” de la historia. Fue un riguroso católico convencido de que este país no debía aceptar ninguna otra religión. Estaba seguro de que era imposible construir en México una democracia que incluyera a todos sus habitantes; los asuntos del gobierno debían reservarse a quienes tuvieran dinero y estudios, y los millones de mexicanos desposeídos tenían que obedecerlos. Colaboró con otro villano favorito de nuestra historia, Antonio López de Santa Anna, y se atrevió a criticar al padre de la patria, Miguel Hidalgo. Tenemos entonces a un hombre profundamente controvertido; pero antes de hacer un juicio revisemos un poco su vida.


(Fragmento de mi artículo "¿Por qué deberíamos recordar a Lucas Alamán?" en el número 62 de la revista "Relatos e historias en México". ¡Cómprala ya!)

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